La buena hija

  • Autora: Almudena Grandes
  • Estilo: Relatos
  • Editorial: Tusquets

…No tengo marido, no tengo hijos, no tengo amigos, no tengo trabajo, no tengo nada que sea mío salvo este armario, y la manía de coleccionar gilipolleces olorosas en tarros de cristal…

“La Buena hija” forma parte del primer libro de relatos de Almudena Grande tituladoModelos de mujer” en el que se recogen siete narraciones cuyas protagonistas encuentran en los recuerdos de la infancia la solución para enfrentarse a los problemas de la madurez y cambiar su destino, tal vez equivocándose, pero con la voluntad firme de no consentir que la vida se les escape de las manos.

Berta, “la buena hija”, desarrolla el tema de “la mujer cuidadora”, en este caso la hija obligada a atender a una madre auténticamente tóxica.

Análisis:

Es un relato en primera persona donde se pueden distinguir tres momentos:

1) El momento presente, finales de los noventa, donde lo único que tiene claro es que su madre la tiraniza las 24 horas del día, impidiéndole realizarse como ser humano. De pronto, Berta recuerda que cuando era niña decidió cambiar de madre: ¿Que hago yo aquí si hace 30 años decidí cambiar de madre?

2) El pasado con la evocación de las vivencias de su infancia en los años setenta (Madrid), donde recuerda a Piedad, la asistenta que la cuidó con un auténtico amor de madre y lo contrapone a doña Carmen, su madre biológica, la autoridad, la señora que tomaba las decisiones importantes… Doña Carmen era mi madre, Piedad era mamá.

Al contrario, Piedad era unos labios que siempre me besarían, unos brazos que nunca dejarían de abrazarme… Piedad era casa, era mi casa y era el mundo.

3) La recuperación de su presente que supone revelarse contra la esclavitud a la que la somete una madre manipuladora que nunca la ha querido.

“La buena hija” enfrenta dos concepciones de «madre» que retrata dos personalidades opuestas, dos espacios distintos y dos mundos totalmente antagónicos.

El mundo de Piedad era la cocina, el pueblo, los bailes, el cine, siempre colgada del brazo del “novio”. En su mundo derrochaba generosidad, ternura y una complicidad total con Berta, las dos ríen juntas, se cuidan, se defienden. Hablan la misma lengua, donde se distinguía perfectamente la pronunciación de pollo y poyo, era la lengua materna de Berta, una frase tan simple con un significado tan profundo, porque todos nos remitimos a nuestras raíces y expresamos las emociones con la lengua de “la madre”.

La madre biológica era distante, parecía una actriz que hubiera ensayado cada uno de sus movimientos y cuya frialdad no seducía a nadie. Era incapaz de tener ningún gesto de ternura para su hija, Berta la sentía totalmente ajena a su vida, una mañana cuando entró en el comedor la saludó con solemnidad: Buenos días doña Carmen.

Opuestas en todo, también lo eran en la forma de sentir el amor. Piedad ama con los cinco sentidos y arrastra con su pasión a Eugenio, un hombre casado, los dos estaban dispuestos a romper todas las normas establecidas para vivir juntos.  Mientras, la madre de Berta sólo puede ensayar «un papel que le venía grande en una amable comedia de enredo», un divertimento oculto para guardar las apariencias. La niña no le deseaba ningún mal, pero si su muerte hubiera sido necesaria para hacer feliz a Piedad, habría firmado sin dudar.

La Berta niña se sentía tan desligada de su familia que estableció una separación entre los espacios físicos de la casa: El «lado» de Piedad, que comparte Berta, es el «pequeño país» modesto compuesto por «un vestíbulo de servicio, una cocina, un office, una despensa, un dormitorio y un aseo diminuto, con una bañera cuyo tamaño alcanzaba a duras penas la cuarta parte de la superficie de las restantes bañeras de la casa», incluso acabó durmiendo en el cuarto de Piedad. Doña Carmen y el resto de la familia “vivían al otro lado del pasillo” un lugar con el que la niña no se sentía identificada, ella no pasaba de la zona de servicio.

Los acontecimientos se precipitan en la casa de “Doña Carmen”, cuando descubre la relación de Piedad con un hombre casado, la despide sin ninguna contemplación, haciendo gala de una hipocresía y una crueldad infinitas. Berta se sintió huérfana, revolvió la habitación de Piedad y no encontró nada. Nada excepto ella misma.

La muerte del padre y una trombosis de la madre, antes de que Berta terminara la carrera, la redujeron al papel de cuidadora impuesto por el resto de los hermanos. Doña Carmen, adoptando el papel de madrasta, logró aislar a su hija totalmente, trasladándose a una urbanización fuera de la ciudad de Madrid por motivos de salud. Logró que dejara el trabajo de profesora de matemáticas, que se quedará sin amigos y que rompiera con su novio. No solo la despoja de todo, sino que recurre al chantaje emocional para tener una enfermera a su disposición las 24 horas.

En la última parte del cuento se produce “el descubrimiento”, deja de escuchar las constantes llamadas del timbre, símbolo del dominio absoluto de la madre biológica sobre la hija. Berta se da cuenta que era su madre la que dependía de ella, la que estaba en sus manos. Cuando le escucha saludarla con un: “Buenos días doña Carmen” comprende que ha perdido el control sobre la hija mansa a la que puede someter, y solo tiene miedo a quedarse sola.

Berta toma la decisión irrevocable de alejarse de la madre y después de entrevistar a varias enfermeras eligió a la que mejor le pareció. Seguidamente arregló los papeles para pedir el final de su excedencia como profesora de matemáticas y finalmente escribió una carta a cada uno de sus hermanos: estimados, motivos personales me impiden seguir cuidando de su madre por más tiempo.

Después de que, en su infancia, tras la marcha de Piedad, no quedara «nada, excepto yo misma», Berta se asegura que al dejar la casa de su madre no deja nada tras de sí. «Nada» es la palabra que cierra el cuento.

En el relato se establece una intertextualidad con otros textos: con un poema romántico de Bécquer y con la fuga del Conde de Monte Cristo (Dumas), su evocación es una revelación que indica Berta que debe de huir de una madre carcelera. El poema de Bécquer le dice que deje de lado su sentido del deber y se deje llevar por los sentimientos.

En el cuento se desarrolla la polémica feminista sobre lo que es más importante: la biología o la crianza. La protagonista opta por la crianza representada por Piedad en contra de la biología representada por la madre biológica, doña Carmen. En la visión de las feministas de los años setenta, la mujer debía cortar con la influencia negativa de su madre para tener su propio lugar en el mundo. En consecuencia, Berta deja la vida aislada de las mujeres enclaustradas en casa y recupera su posición en el mundo como profesora de matemáticas.

Sobre Almudena Grandes:

Nació en Madrid en 1960, ciudad con la que siempre estuvo vinculada emocionalmente. Se licenció en Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid y comenzó a trabajar en el mundo editorial principalmente en la redacción de textos para enciclopedias.

Su primera novela “Las edades de Lulú” fue llevada al cine por Bigas Luna y se tradujo en 20 idiomas. Publicó otras novelas como “Te llamaré Viernes”, de relato erótico; “Malena es un nombre de tango”, que Gerardo Herrero adaptó al cine; “Los aires difíciles”, que también se llevó al cine.

Fue columnista habitual del El País, entre otros muchos artículos escribió: “Mercado de Barceló”, «Mujeres», «Humanidad» o «Unos ojos tristes» que se convirtió en la última entrega de su columna «Escalera interior«.

En 2010 comenzó la serie “Episodios de una guerra interminable” que consta de cuatro libros: “Inés y la alegría” (2010), “El lector de Julio Verne” (2012), “Las tres bodas de Manolita” (2014) y el cuarto, “Los pacientes del doctor García” (2017), por el que se ha llevado el Premio Nacional de Narrativa 2018.

Desde 1994 fue pareja del poeta Luis García Montero. Almudena falleció en su casa de Madrid por un cáncer el sábado 27 de noviembre de 2021 a los 61 años, después de dos años de luchar contra esta enfermedad. Aquí os dejo un poema de amor para Almudena de su marido:

La ausencia es una forma del invierno

Como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve,

Almudena y Luis

con ese mismo invierno que hiela las canciones

cuando la tarde cae en la radio de un coche,

como los telegramas, como la voz herida

que cruza los teléfonos nocturnos

igual que un faro cruza

por la melancolía de las barcas en tierra,

como las dudas y las certidumbres,

como mi silueta en la ventana,

así duele una noche,

con ese mismo invierno de cuando tú me faltas,

con esa misma nieve que me ha dejado en blanco,

pues todo se me olvida

si tengo que aprender a recordarte.

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