Papel, lápiz, jugar
Papel y lápiz eran suficientes para que los niños olvidaran el aburrimiento de las tardes de domingo. Jugaban a doblar y desdoblar la cuartilla, uniendo vértices paralelos de donde surgían triángulos, que se duplicaban transformados en rombos. Desplegados en una veloz pirueta manual, dibujaban un cuadrilátero perfecto.
Después, con toda la habilidad que le permitían sus pequeñas manos, tiraban de las puntas opuestas, ahuecaban el cuadrado central, con el dedo índice oprimían el vértice y como por arte de magia surgían ante los ojos asombrados de los pequeños: Un sapo saltarín, una grulla, una pajarita… Solo faltaba el toque mágico del carboncillo perfilando una mirada egipcia invitándoles a soñar.
Mª Jesús Mandianes