
- Autor: José de Cadalso
- Estilo: Epistolar (ensayo)
- Edición: Russell P. Sebold
- Editorial: Cátedra
“¿Qué no se puede esperar con el tiempo de unos niños que en tan tiernos años manifiestan una alegría inocente, un estudio voluntario, una inclinación a todo lo bueno, y un respeto filial a sus padres?»
Que un ser humano con el nivel intelectual de Cadalso, se defina como “hombre de bien” y “ciudadano universal” es una invitación a leer detenidamente su discurso y, al menos en mi caso, acabar diciendo que lo comparto en «casi» todos sus puntos. El cosmopolitismo no es incompatible con el patriotismo, se puede amar a la patria y criticar imparcialmente a la nación realizando una crítica constructiva.
Uno puede considerar que es puramente accidental haber nacido en cualquier parte del globo sin que le llamen “subversivo” (introducción y carta III). Estoy segura de que si Cadalso hubiera vivido en el siglo XX se atrevería a imaginar un mundo sin barreras ni fronteras, tal vez fuese un seguidor incondicional de John Lennon.
Retomo su discurso convencida de que tendría que ser una lectura obligada para todos los aprendices de políticos y para los ciudadanos en general: “el patriotismo mal entendido en lugar de ser una virtud, viene siendo un defecto ridículo y muchas veces perjudicial para la patria” (carta XXI). El análisis crítico del concepto de nacionalismo, realizado por un ilustrado en el siglo XVIII, se le podía aplicar a esos “patriotas” que hace unos meses se tiraban a la calle peleándose por ver quien la tenía más grande (me refiero a la bandera).
Al hilo de ese “patrioterismo” exacerbado se podría aplicar la carta XLIV de Nuño (Cadalso) a Gazel. Donde vuelve a incidir en que el “amor a la patria” es tan ciego como cualquier otro amor y «si el entendimiento no lo dirige, puede muy bien aplaudir lo malo, desechar lo bueno, venerar lo ridículo y despreciar lo respetable». Seguidamente habla de la progresiva decadencia de España desde los últimos Austrias hasta los Borbones, poco a poco el país se desmoronó por la dejadez de sus gobernantes: La agricultura estaba arruinada, las fábricas destruidas, le comercio pasivo, las ciencias tediosas y el pueblo sin reaccionar, durmiendo una eterna siesta mientras soñaba con glorias pasadas.
¿Y a todo esto que hacia la nobleza? Lo explica claramente en la carta LXXXV: «Se levantan tarde, toman chocolate caliente, oyen misa, dan cuatro paseos, van a la tertulia, rezan el rosario y se meten en la cama«. Como en los siglos pasados, en el XVIII el trabajo era incompatible con la condición de aristócrata. Los nobles no producían, recibían solo beneficios y, además, tenían el privilegio de no pagar impuestos. El resultado era una clase social ociosa, inútil e inculta que vivía anclada en el inmovilismo.
Pienso que, desgraciadamente, a pesar de los siglos pasados no han cambiado tanto las cosas, los impuestos caen fundamentalmente sobre la clase media, mientras que la alta burguesía, la “realeza”, y los inversores, se libran de la presión fiscal a través de esa creación del nuevo capitalismo llamada “ingeniería financiera”, así los que presumen de amar mucho a España tienen su dinero a buen recaudo en algún paraíso fiscal con la más absoluta impunidad.
La carta IX tiene una especial importancia porque hace referencia a la “leyenda negra” que en Europa se difundió con respecto a los desmanes de los españoles en la conquista de América. Se centra sobre todo en la actuación de Hernán Cortés, cuyo proceder en la conquista del Imperio Mexica pretende justificar a través de una serie de argumentos, como que actuaba bajo ordenes superiores o el tan manido de evangelizar a los nativos y acabar con las idolatrías que incluían sacrificios humanos.
Todos sus razonamientos son discutibles, pero lo más destacado del discurso es que pone en evidencia la hipocresía de las distintas naciones europeas, que eran tan colonialistas como España, repitieron los mismos desmanes y practicaban con la misma impunidad el esclavismo, sobre el cual se consolidaron las grandes fortunas de toda Europa:
… los pueblos que tanto vocean la crueldad de los españoles en América son precisamente los mismos que van a las costas de África a comprar animales racionales de ambos sexos a sus padres, hermanos, amigos, guerreros victoriosos, sin más derecho que ser los compradores blancos y los comprados negros; los embarcan como brutos; los llevan millares de leguas desnudos, hambrientos y sedientos; los desembarcan en América; los venden en público mercado como jumentos, a más precio los mozos sanos y robustos, y a mucho más las infelices mujeres que se hallan con otro fruto de miseria dentro de sí mismas; toman el dinero; se lo llevan a sus humanísimos países, y con el producto de esta venta imprimen libros llenos de elegantes inventivas, retóricos insultos y elocuentes injurias contra Hernán Cortés…
Mi admiración por Cadalso crece al leer en la carta LXXII como crítica sin piedad las bárbaras costumbres hispánicas, entre ellas “las corridas de toros” ¿se puede calificar de “arte” torturar a un animal hasta matarlo de la manera más salvaje? Los países civilizados consideran que el maltrato gratuito hacia los animales no es admisible, y se considera un delito. Pero esta salvajada no es única, somos un pueblo que se divierte maltratando a los animales: el toro de la Vega, el salto de la cabra, el toro de fuego… son algunas ¿tradiciones? que unos cuantos antipatriotas consideramos vergonzosas, el discurso de este intelectual confirma que no estamos equivocados.
Prosigo el descubrimiento de “mi alma gemela” y llego a la carta LXXV e la que una viuda de 24 años acaba de enterrar a su sexto marido, no puedo dejar de sonreír al ir leyendo todas las desventuras que llevaron a la tumba a los esposos de “la viudita nacional”. Pero llegó a la reflexión final, tan parecida al “Si de las niñas”: “Nada de esto hubiera pasado si me hubiera casado una vez por mi gusto y no por el de mis padres” … y leo como el sabio Ben-Beley acaba reflexionando como no hay diferencia alguna en ser esclava del padre o esclava del marido. Realmente esta era la disyuntiva a la que se enfrentaban las mujeres de épocas no tan lejanas.
La carta LXXVI, insiste en analizar la feminidad desde la óptica de su tiempo (a mí modo de ver, muy poco acertada e incluso ofensiva) parece ser que “la coqueta” se lo pasaba muy bien engañando a cualquier hombre que se le pusiera a tiro, porque su único objetivo en la vida era “gustar”, por eso gastaba el tiempo en su cuidado personal, en ropa, cosméticos y demás frivolidades.
Las únicas preocupaciones de ellas serían ir al teatro, exhibirse en carroza por el Paseo del Prado acompañada por su chichisveo de turno, y poco más. No necesitaban instrucción porque los hombres preferían a las mujeres bellas y tontas; por consiguiente, son ellos los responsables de la pobreza intelectual de las mujeres
Se entiende, claro está, que Cadalso se refería a las aristócratas y a las mujeres de la alta burguesía (la minoría); porque el resto tenían bastante con sobrevivir a los numerosos partos, criar a los hijos, ver como morían por desnutrición y falta de cuidados médicos, aguantar a maridos borrachos, y remendar mil veces su único vestido y sus únicos zapatos.
Conclusión:
Cartas marruecas es una reflexión clarividente del “Problema de España”, que se podría considerar una continuación del análisis hecho por Feijoo. Posteriormente Larra incidiría en el tema, que continuaría con los regeneracionistas y más tarde con la generación del 98.
A través de las cartas, Cadalso describe la realidad social, cultural, política, y económica, del país. Crítica a toda la sociedad, al pueblo, los mercaderes, aristócratas inútiles, el clero y los problemas de la época como la falta de educación, la necesidad de aparentar o las ridículas modas.
El origen de la decadencia está en los tres defectos de los españoles: el orgullo, la pereza y la apatía que impiden el progreso. Cadalso, como buen ilustrado tenía un profundo sentido europeísta y la mente abierta para asimilar todas las innovaciones que estaban cambiando el mundo y eran imprescindibles para que España entrara en “la modernidad”
Sobre José de Cadalso:
(Cádiz, 1741 – Gibraltar, 1782) Estudió en el colegio de los jesuitas en Cádiz y aprendió inglés, francés, alemán e italiano en sus frecuentes viajes por Europa. Fue, con Jovellanos, una de las figuras literarias más importantes del siglo XVIII. Se orientó hacia la carrera militar, llegando a obtener el grado de coronel. Siguiendo sus diversos destinos, residió en varias ciudades españolas, sobre todo en Madrid, donde entró en contacto con los círculos literarios del momento.
Inició su producción literaria con una serie de dramas de corte neoclásico, como Sancho García (1771), algunos de los cuales fueron prohibidos por la censura. A continuación compuso una sátira contra la pedantería de ciertas clases sociales, Los eruditos a la violeta (1772), con la que obtuvo su primer éxito literario.
Siguiendo en la misma actitud crítica, próxima al espíritu de la Ilustración, José Cadalso escribió su obra más famosa, las Cartas marruecas (1789), inspirada en las Cartas persas de Montesquieu. En ellas, la España de su época es presentada en sus contradicciones y ambigüedades a través de la mirada exterior de un viajero de origen marroquí.
Tiene una historia romántica con la actriz María Ignacia Ibáñez, que muere repentinamente, ese hecho generó una profunda crisis en su ánimo. Tanto es así que se cree que hay un trasfondo biográfico del tema en Noches lúgubres. donde el protagonista, roto de dolor por la muerte de la amada, se dispone a desenterrar su cadáver con el consiguiente horror de los que le rodean. Cadalso murió en el sitio de Gibraltar en 1782 sin descendencia y con la mayoría de su obra inédita.