Camino despacio hacia el paseo de las acacias, disfrutando de esa hora de la tarde en que el crepúsculo desdibuja la vida, transformándola en una ilusión anaranjada y gris. Escucho como la lluvia repiquetea suave sobre el paraguas, sobre las hojas de las mimosas, tan frondosas en pleno otoño. Me detengo un segundo para disfrutar del placer de aspirar el olor a tierra mojada.
De pronto pienso que en este instante no me importaría deslizarme hacia el plano inclinado de la rambla y desaparecer serenamente como una sombra que se desvanece. La voz del agua, cayendo en cascada a través de las arcadas del parque, me devuelve a la realidad. En un acto de contrición me corrijo, amo demasiado la vida.
Supongo que por asociación de ideas recuerdo el relato que acabo de leer, “La vida nueva”. Visualizo a la protagonista, sin nombre, deslizándose por esa misma pendiente, buscando el efecto distorsionador del espacio-tiempo, en un intento de recuperar ese instante del pasado perfecto.
Como en una película de cine mudo la veo persiguiendo un espejismo por las calles de Madrid. Me gustaría ser una de las figurantes para detener su marcha, rescatarla de su “laguna de la memoria” y devolverla a tierra firme. Pero una jovencita impertinente se me adelanta… es una señora mayor que se ha desorientado.
¡Que crueldad! De pronto llegas a los sesenta y para el mundo solo eres una señora mayor que de vez en cuando pierde el sentido de la realidad. Peor aún, el argumento perfecto de cualquier guionista de medio pelo, que no duda en convertirnos en las protagonistas de su telenovela… Somos tan vulnerables, tan fáciles de manipular… una frase hecha acompañada de una sonrisa, et nous sommes tombeés amoureuses…
Recupero el hilo de mi monologo y pienso en Virginia Woolf, tal vez sufrió la misma alucinación óptica cuando bajó hasta el rio buscando ese instante perfecto que la liberara de la enfermedad. Quién sabe si Laura Brown (Las Horas) enfrentada al dilema del “deber ser una buena ama de casa” y el “querer ser un ser humano con inquietudes” encontró ese momento ideal para escapar de la rutina, como una silueta que desaparece a través de un plano inclinado.
… Creo que conozco al hombre que viene de frente ¡Luís! Demasiado tarde para cambiar de dirección, para hacer que no le veo ¿Qué le digo?… Buenas noches Luís.
¿Me ha respondido? Creo que no. Tal vez ni me ha visto. Presiento tras de mí su imagen de hombre solo tratando de subir hacia el vértice más alto de la rampa, intentando recobrar la imagen de su querida Elisa.
Soy una cobarde, desde el primer momento debería de haberle dado el pésame y ofrecido mi ayuda. Pero me siento incapaz, los veo juntos, a ella tan guapa, a él tan enamorado. Que le puedo decir … Bien venido al mundo de los impares.
Las siete menos cuarto, tengo que acelerar el paso si quiero invitar a Margarita a un café antes de que empiece la tertulia. Todavía la estoy viendo en su minuto de gloria, contándome con la mirada desafiante que había vencido el cáncer de riñón. Jamás la vi derrumbarse, ni llorar, nunca se quejó. Decidida a no dejarse vencer, trepó sin desfallecer por la arista más dura del desnivel.
Ahora solo piensa en recuperar el peso que la cortisona ha multiplicado varias veces, para volver a entrar en su ropa. Casi la puedo escuchar diciendo “Este verano volveré a ponerme mis pantalones blancos ceñidos, y los vestidos de colores. Me compraré un bañador bonito que me tape la cicatriz, y volveremos a vernos en la piscina”
Si llego a tiempo nos sentaremos frente a frente en una de las mesitas del bar que está al lado de la biblioteca y entre dos cafés hablaremos de trivialidades hasta que comience la tertulia. Evitaremos cualquier referencia a la enfermedad, conversaremos sobre el libro y su autor, que explicará los pormenores de la obra.
Cada vez más persuadida de que me estoy convirtiendo en una nueva “Señora Dalloway”, gastando mi tiempo en hacer felices a los demás, recuerdo que a la vuelta tengo que comprar el pan. Tal vez después de cenar leeré un rato, después de lavar los cacharros escribiré un párrafo más y antes de planchar la ropa que nos pondremos mañana, pueda dedicarme a reflexionar sobre “la razón poética y el auténtico significado de la metáfora” como imagen que adquiere el valor que cada cual quiera darle.
Mª Jesús Mandianes
Flujo de conciencia:
En la literatura, el flujo de conciencia es un método de narración que describe los acontecimientos en la corriente de pensamientos en las mentes de los personajes. Su objetivo es evocar el flujo ininterrumpido de pensamientos que atraviesan el alma del personaje a medida que surgen, sin explicar el encadenamiento lógico, reproduciéndolos tal como llegan a la mente.