
- Estilo: Antología (36 discursos del periódico «El Censor»)
- Editorial: Crítica, clásicos y modernos
- Edición: Francisco Uzcanga
«El Censor» fue una revista periódica que nació con la voluntad de ejercer una crítica incisiva sobre los grupos de poder y los ideólogos que impedían la modernización del país; fue el principio del periodismo moderno que bajo el signo de la Ilustración pretendía «desengañar España»
Introducción:
Hablar de “prensa” en España antes del siglo XVIII supone reducir el concepto de «publicación» al relato de anuncios, avisos, hechos puntuales importantes o ediciones de carácter popular como los almanaques y pronósticos. Estos eran libritos adornados con imágenes, que se distribuían por los pueblos y ciudades, ofrecían los más variados contenidos: además de pronóstico del año incluían datos sobre los cambios de la luna, pensamientos, pautas de conducta, los más famosos fueron los de Torres Villarroel.
Es a partir de la ilustración (siglo XVIII) cuando nace un nuevo género literario: el periodismo, era el vehículo perfecto para difundir las nuevas ideas ilustradas y todo tipo de noticias: literarias, sociales o políticas. El periodista era un auténtico oráculo capaz de influir en la opinión pública y transformar la sociedad a través del lector, pieza fundamental de este triangulo; el lector debía ser receptivo y captar el sentido de los mensajes que publicaba el redactor “diciendo la verdad mintiendo” para así esquivar a la férrea censura, que no dudaba en secuestrar todos los números de un periódico crítico o directamente cerrarlo.
Con respecto al lector hay que puntualizar que en esta época el 80 % de la población era analfabeta, así pues, los lectores de «papeles periódicos» eran una minoría ilustrada compuesta por nobles y clérigos, miembros de la burocracia real, oficiales del Ejército y algunos sectores de la clase media como médicos, abogados, profesores y comerciantes.
En el nuevo periodismo destacó por su audacia y espíritu crítico “El Censor”, fue considerado como portavoz del movimiento ilustrado. En 1781 se publicó el primer número cuyo objetivo era “propagar el buen gusto” y la “corrección de costumbres” regenerando la sociedad española. Se público desde 1781 a 1787, sus editores fueron Luis Cañuelo y Luis Pereira. Añadir que su tirada nunca excedió los 500 ejemplares.
El periódico se apartó de las publicaciones periódicas de la época que se dedicaban sobre todo a la información y a la divulgación literaria, para seguir la corriente de The Spectator (crítica social y de costumbre). Tenía diferentes secciones:
- Cartas al director (la mayoría eran ficticias y hoy se entienden como ensayos)
- Confabulaciones utópicas.
- Coloquios inventados.
Es fácil imaginar el impacto que supondría para la sociedad de la época que los editores se atrevieran a criticar los principios morales, religiosos y políticos hasta entonces inamovibles. Y toda una audacia denunciar los errores políticos y los abusos en nombre de la religión. Nadie se libraba de su pluma incisiva, alternaba la crítica social y de costumbre con la crítica de las instituciones.
Criticaban la vanidad y la frivolidad de las clases más destacadas de la sociedad española, el aspecto ridículo de algunos personajes de la Corte, la imitación de las modas y costumbres extranjeras. Para los autores el origen de estos defectos sociales se encontraba en el carácter retrogrado y el inmovilismo de la cultura española.
Cuestionaban el sistema educativo, por anticuado, las instituciones por inoperantes y la ociosidad de los nobles por inútiles. En cuanto a la Iglesia, una de las cuestiones más polémicas tratadas por el periódico eran sus intentos de obstaculizar el trabajo del poder legislativo o entrometerse en asuntos de competencia civil, como ha hecho a lo largo de la historia e incluso en el siglo XXI: oponiéndose a los matrimonios homosexuales o intentando boicotear la ley del aborto, estos son solo dos ejemplos. Por descontado, el buen “censor” ignoraba los múltiples casos de pederastia que se denuncian en la actualidad.
La agresividad política de el Censor durante la década de 1780, hizo que fuese prohibido en varias ocasiones. Esta situación se agravó durante el reinado de Carlos IV. Los gobernantes, atemorizados por los sucesos revolucionarios ocurridos en Francia, impusieron una férrea censura. Floridablanca toma medidas drásticas para que las ideas revolucionarias no «pasaran la frontera», con la prohibición de publicar cualquier noticia relativa a los acontecimientos franceses. La censura no solo afectó a la prensa, también a la educación y a los libros.
Cuesta creer que a finales del XVIII (1791), se prohibieran todos los periódicos, salvo la Gaceta, el Mercurio y el Diario de Madrid. La prohibición fue un duro golpe contra todas las publicaciones periódicas y la Ilustración. Supuso un atentado contra la libertad de expresión y la imposición de una autentica “ley mordaza” para la prensa española, que llevó a la desaparición de la mayoría de los periódicos incluido El Censor.
Discurso VI: Carta de una dama (análisis personalísimo)
El Censor, como muchas de las publicaciones de la época, desde su superioridad intelectual “Ilustrada”, ridiculiza la figura femenina, mostrando a una “anciana de 40 años”, con presuntas tendencias ninfómanas, que se queja de la conducta de los varones con ella y su “belleza maltrecha”, como evidentemente “chochea”, pretende rivalizar con las adolescentes y le suplica al todopoderoso periodista que sea su defensor frente a todos esos muchachos que ponen en entredicho y menosprecian sus encantos.
El periodista, se reviste de insigne pedagogo para dar una lección de humildad a la señora ,que si se hubiera dedicado a criar a sus hijos, a desempeñar las principales obligaciones de su sexo, y a leer lecturas convenientes para ofrecer una charla amena al varón no sería objeto de burla del selecto ambiente donde se mueve.
Está claro que los innovadores ilustrados mantenían las mismas críticas en torno a la conducta de la mujer que en épocas anteriores; mientras los hombres quedaban al margen de cualquier cuestionamiento. Ellos podían, y pueden, comportarse como “eternos adolescentes”, siempre encontraran una justificación benévola para sus excesos, pero ¡Ay de la mujer que se atreva a saltar las normas establecidas!
El Censor deja claro que la Ilustración establece un modelo de feminidad que se sigue basando en la maternidad y la familia. La mujer ilustrada no debe de ser frívola ni derrochadora, sino buena administradora de la economía familiar. No deberá seguir las modas perversas, ni exhibirse en público, ni mucho menos admitir cortejadores.
Las virtudes que debían adornar a una dama ilustrada seguían siendo: en primer lugar, la castidad seguida de la sumisión, la obediencia y la modestia. La ilustrada recibiría una “cierta educación” que la prepararía para cumplir sus obligaciones, pero siempre dirigida a moldear el carácter. Su inteligencia y su espíritu crítico era mejor que siguieran hibernando.
Discurso XXXV: Reflexiones sobre la educación de los hijos
El Censor critica la excesiva severidad con que se reprimía a los hijos por cualquier causa, reflexionando sobre la necesidad de evitar los castigos corporales y las humillaciones. Tema en el que incidía de manera muy acertada el padre Feijoo, refiriéndose no solo a los padres sino a algunos maestros, a los que recuerda con amargura Villarroel en su autobiografía y contra los cuales prevenía el mismo Jovellanos.
Cañuelo censura esa severidad excesiva y los castigos corporales por improcedentes “acaban apagando el afecto y alejando a los hijos de los padres”. Intenta hacer comprender que el camino principal que los padres han de seguir en la educación de sus hijos es lograr su amistad sincera: «Un Padre debe hacerse igualmente amar y respetar de sus hijos”
Añade que otro motivo común de la severidad de los padres y los maestros se producen por “la falta de aplicación de los niños”, dice que, si los maestros tuvieran más maña y paciencia desterrarían para siempre la palmeta y la disciplina, que solo sirven para hacer odiar el estudio. Efectivamente, el refrán de “la letra con sangre entra” es una abominación que cierra la mente al niño y lo llena de inseguridades en su vida adulta.
“La edad de la razón debe de saber establecer el equilibrio entre la autoridad del Padre y el respeto del hijo”. En resumen, hay que tratar a los hijos con cariño, sentido común y confianza, dándoles la libertad adecuada, poniéndose en su lugar, comprendiendo que «un hijo, en llegando a cierta edad, es hombre del todo semejante a su Padre”.
El Censor añade que la más irracional de las severidades es tratar de impedir que los niños corran, jueguen y salten, castigarlos por eso es la mayor injusticia del mundo. El juego ayuda a perfeccionar sus facultades intelectuales y a dar fuerza y vigor a sus nervios. Aquí me reconcilio con el censor y alabo el buen sentido y la modernidad de su discurso.
Discurso XLVI: Que la superstición está entre nosotros más extendida que la impiedad
Se publicó en diciembre de 1781, con el informe favorable de los censores correspondientes. El autor ya supone que «las piedras van a levantarse contra mí. Voy a ser tenido de la parte más temible de la nación, por un factor encubierto de impiedad«. Acertó en todo, porque el discurso fue prohibido por el Consejo de Castilla después de su publicación y supuso la primera suspensión del periódico.
Se consideraba herejía todo lo que no era admitir ciegamente las doctrinas oficiales más absurdas, los sermones contra el siglo ilustrado, contra los ateos, contra los filósofos y la incredulidad dominaban los pulpitos, pero jamás se dijo una sola palabra contra la superstición. Un vicio que destruye las bases de la auténtica religiosidad.
Denuncia que las supersticiones más absurdas estaban instaladas en el seno de la iglesia: peregrinaciones, clavos del martirio de una santa, sangre coagulada, brazos incorruptos que devolverán la salud, todo ello no es más que una forma de idolatría mezclada con devoción. Afirma que solo se debe culto a Dios y pone en entredicho la multiplicación de imágenes de santos en los altares acompañados de leyendas truculentas que ocultan un desequilibrio masoquista (…qué es sino torturarse para vencer las tentaciones de la carne)
Declara que los que fabrican profecías y esparcen reliquias piensan que hacen un gran favor a la sociedad cuando lo único que logran es hundirla en el oscurantismo, mientras los príncipes de la iglesia guardan un beatífico silencio. Sin duda fue el estilo directo y convincente, la claridad del mensaje y la agilidad de la prosa la que alarmó a la censura, temerosa de que la autoridad de la que depende, o sea la iglesia, perdiera el gran negocio que supone la explotación de las infinitas supersticiones con las que vaciar los bolsillos de los feligreses crédulos.
SOBRE EL DERECHO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN:
Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o de comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.
El derecho a la libre expresión es uno de los más amenazados, tanto por gobiernos represores que quieren impedir cambios, (como acabamos de ver en el post: cerraron la prensa y las fronteras para impedir que llegaran las ideas de la revolución francesa), como por personas individuales, dictadores, que quieren imponer su ideología o valores personales, callando los otros.
La lucha por la libertad de expresión nos corresponde a todos, ya que es la lucha por la libertad de expresar nuestro propio individualismo. Respetar la libertad de los demás a decir cualquier cosa, por más ofensiva que la consideremos, es respetar nuestra propia libertad de palabra.